Publicado por Munawar A. Anees, en Huffington Post, el 24 de julio de 2015.
LAHORE, Pakistán- Más allá del legado del colonialismo, las relaciones a menudo heladas entre el islam y Occidente se han definido en gran medida a través de ideas y eventos posteriores al 11-S. Numerosas narrativas como el “choque de civilizaciones”, la “guerra ideológica”, la “guerra contra el terrorismo”, las cruzadas y el islamofascismo han sido utilizadas de este modo para remitir a esa relación.
En el delirio cultural occidental, las fuerzas armadas, la economía y las mentalidades políticas implicadas en las invasiones al descubierto de Iraq, Afganistán y en incursiones menos cubiertas como las de Pakistán, el objetivo más prominente es la vida, personalidad y carácter del profeta Mahoma.
La literatura islamófoba de la década actual, para la que Internet es una tierra de cultivo fértil, comprende a ex “musulmanes” (ej. Ayaan Hirsi Ali, Wafa Sultan y Walid Shoebat) así como a otros con pseudónimos (como Ibn Warraq o Ali Sina) quienes han intentado presentar el neo-orientalismo vestido de teología, al contrario que el orientalismo, como una forma de representar a Oriente de manera condescendiente (“el otro”, “los salvajes”). Además, la instantaneidad en la que se transmiten fragmentos de textos, gráficos y materiales audiovisuales, ha añadido nuevas dimensiones a esta intensa diatriba. La transmisión de la vida del profeta en el presente es una penetrante denigración enfocada en la pedofilia, la esclavitud, la poligamia y la “guerra santa”. Antiguamente, el enfoque orientalista utilizaba la filosofía, la historia y la religión comparada para describir la vida del profeta Mahoma.
El odio, la rabia, las calumnias y los prejuicios contra el islam en Occidente no distinguen entre el Corán, el profeta y los musulmanes ni de lejos. Ambos, el neo-orientalismo y la islamofobia, a pesar de reconocer el estatus arquetípico del profeta, enfocan todos a una sus incesantes ataques a la dignidad y a la integridad islámicas. Es posible argumentar que tal guerra ideológica a menudo termina con la invasión y ocupación de países de mayoría musulmana.
En el año 2011 en Gainesville, Florida, un pastor evangélico estadounidense supervisó la quema de un Corán en una iglesia, por considerarlo “culpable” de crímenes. No es un incidente aislado. Aquí se da un patrón. La historia de la profanación del Corán en la cárcel de Guantánamo fue bien documentada: según consta, este fue tirado por el váter para desconcertar a presos musulmanes (aunque la historia fue retirada posteriormente por Newsweek, se han dado incidentes similares). En el mismo año, carceleros estadounidenses salpicaron con su orina una copia del Corán, la patearon y pisaron y la dejaron en remojo. Un empresario alemán imprimió la palabra “Corán” en papel del váter y lo puso en venta. No es raro ver la utilización de versos coránicos en tatuajes de la parte baja de la espalda de cuerpos femeninos, las impresiones en cuero de estos versos en zapatos de mujer y en otras prendas que llevan modelos semi desnudas en desfiles de moda. El político holandés Geert Wilders publicó en Internet un pobre montaje titulado Fitna, en el que se comparaba el Corán con el “Mein Kampf” (Mi lucha) de Adolf Hitler. A la tendencia del vapuleo islamófobo también se unió nada menos que el Papa Benedicto XVI con una afrenta al profeta y declaraciones muy despectivas contra el islam.
Estos incidentes son solo una ínfima parte de los eventos y materiales que siguen teniendo como objetivo el islam, al profeta y a los musulmanes de la forma más denigrante y despreciable. Los gráficos y el lenguaje empleados para crear esta avalancha de intolerancia son, cuanto menos, impensables para cualquier persona civilizada en cualquier momento de su vida o de la historia, con la excepción de la horrible expulsión de judíos y musulmanes de la península ibérica después de la reconquista cristiana.
Los violentos ataques verbales y visuales, sufridos sobre todo por musulmanes que visitan Internet, raramente son visibilizados en los medios de comunicación. La magnitud de este odio se puede medir introduciendo una sola palabra en Google. A principios de esta semana, un solo término en la búsqueda, islamofobia, dio dos millones de resultados. Y más de dos mil libros sobre la materia y cerca de un millón de imágenes poniendo en el buscador las palabras clave “islamofobia imágenes”.
Me deja estupefacto lo que se representa en nombre del santo grial de la libertad de expresión. Acogiéndose al alcance de la tecnología moderna para transmitir odio, ninguna otra religión ha sido tan calumniada como la islámica. Ningún profeta ha sido sometido a tantas atrocidades como el profeta del islam. Ningún otro grupo de creyentes ha sufrido tan profundas y duraderas cicatrices infligidas por esa “libertad”. Y el creciente antisemitismo musulmán, algo desconocido e inexistente en la larga historia de las relaciones islamo-judías (la convivencia), es ahora una seria preocupación porque abre una nueva puerta al odio.
Nos equivocaríamos si pensáramos que estas declaraciones fueron realizadas en un contexto “políticamente correcto” y que tenían un valor transitorio. No, han llegado para definir el modo en el que Occidente mira al islam, a su profeta y a los musulmanes. No necesitamos cavar mucho más para entender la influencia de estas opiniones en el mundo académico y en el espacio público, sin mencionar la reformulación de antiguas políticas de Estado y la introducción de nuevos controles.
Durante la última década hemos sido testigos de una muerte lenta del multiculturalismo, del fin del pensamiento liberal, de un incremento de las restricciones sobre la libertad personal, de la vigilancia acentuada de individuos, de un umbral reducido de la tolerancia, a lo que añadir acoso, detenciones ilegales y últimamente un veto a la sharia. En la vida pública, las restricciones de viaje, la discriminación, la violencia, el establecimiento de perfiles, el veto al burka, la denegación de permisos para construir minaretes o mezquitas y la restricciones a la producción halal, son solo algunos de los prejuicios a los que hacen frente las personas musulmanas.
El romanticismo oriental, la mística y misteriosa Arabia desierta, con sus enemistados beduinos y su rico harén, ha sido ahora reemplazado por un exceso de estereotipos para el “profeta árabe” y sus millones de seguidores en todo el mundo que ahora son el elenco de otras películas.
Extrapolando las atrocidades cometidas por los llamados “califatos” creados por un puñado de terroristas de Daesh, más de trece mil millones de musulmanes en el mundo entero se enfrentan ahora a la carga de la culpa colectiva por denuncias de supuestas crucifixiones de espías, violaciones a menores, matanzas de no musulmanes, ejecuciones masivas de niños, quemas de enemigos vivos, decapitaciones salvajes, saqueos e incendios en bibliotecas, matanzas por ahogamiento de enemigos, esclavitud sexual, opresión de derechos humanos y minorías, entrenamiento de niños para convertirlos en verdugos o terroristas suicidas y la destrucción masiva de antigüedades, incluida la tumba del profeta Jonás, que son solo algunas de las narrativas sórdidas de muerte y destrucción. Ninguno de los actos de Daesh se justifica con la doctrina islámica. Aun así, los islamófobos no se cansan nunca de corear el mantra: Daesh es islam; islam es Daesh.
Sería un error asumir que ese nuevo batallón de escritores islamófobos es un sinónimo de neo-orientalismo. Por otro lado, desprovistos de sinceridad intelectual, de conciencia o de cualquier respaldo moral, son nuevos en su género. A pesar de haber encontrado un camino para beneficiarse, porque la industria de la islamofobia es una máquina de hacer dinero, algunos ya se han adjudicado el neo-orientalismo.
El orientalismo clásico no tuvo ni los medios ni esa imaginación maligna para retratar al profeta como observamos hoy. El cambio paradigmático, en gran medida, lo ha posibilitado la tecnología y el hecho de que ya no cuente con intelectuales que busquen la verdad como rasgo de esa disciplina académica. La verdad es sacrificada ante el altar del oportunismo político hasta el punto de que una beca solidaria se convierte en sospechosa. En nombre de “la venganza” por los atentados del 11-S, un nudo intelectual y político está siendo apretado y se está tratando de distorsionar la personalidad y el mensaje de Mahoma.
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