Alfredo Cáliz, fotógrafo
Soy fotógrafo y llevo casi treinta años haciendo fotografías. Las he hecho de todo tipo. He fotografiado personas, lugares y cosas. La fotografía es mi oficio y me ha llevado a viajar por todo el mundo. Así que me he visto en la situación de fotografiar personas diferentes a mí. Esas personas que, en conversaciones académicas y también de barra de bar, hemos convenido en llamar “el otro”. Este es mi punto de partida y es en calidad de fotógrafo como escribo lo que viene a continuación, y que no sirva esta advertencia para evitar entrar en jardines donde hay tantas flores como espinas. Así que andemos con pies de plomo por esos parajes.
En el primer enunciado está el primer obstáculo: “el uno” y “el otro”. ¿Quién es “el uno”? ¿Quién es “el otro”? “El uno” parece excluir “al otro” por definición. “El uno” desde el que hablo se ubica en Occidente, término que nos llega junto a su opuesto Oriente, unidad ficticia creada desde dentro y a medida de la primera. ¿Existe un Oriente físico, geográfico o es una idea, una necesidad, un anhelo de su opuesto? ¿Existe de veras Occidente? ¿Cuáles son las fronteras físicas de ambos? ¿Qué países abarcan? Un juego de espejos en el que no sabemos quién tiró la primera piedra pero en el que desempeña un papel fundamental el hecho de la colonización. “El otro”, pero ¿y la otra? En mi idioma “la otra” es la mujer segundona, la subalterna, la amante. Una vez más el idioma castigando a las mujeres. ¿Uno y Otro con mayúsculas? Más grandes así, más amenazantes y monolíticos. Si “el otro” es musulmán se añade una capa de complejidad. Quizás sea esta la imagen negativa creada durante siglos del yo occidental.
La realidad es complicada e inabarcable lo que nos produce vértigo. Buscamos comprenderla y es el cerebro el órgano que se encarga de simplificarla para así entenderla. En esa simplificación se eliminan los matices y se generan categorías rígidas, conceptos antagónicos. Eres gordo o flaco, creyente o hereje, blanco o negro, eliminado toda esa gama de grises que hace que puedas ser valiente por la mañana y cobarde por la tarde.
Si pensamos en los medios de comunicación, la simplificación es la operación habitual para contar historias complicadas. Dicen que es la forma de acercar las historias a todo el mundo, de hacerlas comprensibles. No se sabe si la gente es tonta o si se la hace tonta. En el caso de las noticias relacionadas con el islam, esta simplificación suele devenir en clara islamofobia. No se sabe si por falta de criterios o conocimiento, o porque se considera a los musulmanes una “etnia” inferior, un desvío de la norma e incluso una amenaza. Se les reduce a una unidad y rara vez se entra en sus detalles y particularidades. En palabras del filósofo Santiago Alba Rico: “Desde el punto de vista del paradigma excluyente es muy importante convertir toda esta riqueza y pluralidad en una unidad homogénea. Tenemos que alejarnos todo cuanto sea necesario para que estos individuos concretos y sus relaciones concretas, propias de las sociedades diferenciadas, con una riqueza enorme y dotados de historias muy diversas, comparezcan aglutinados en una pasta compacta, se presentan en masa o multitud- y no uno por uno o en pequeños grupos – o, lo que es lo mismo, irrumpan en estampida y en un formato amenazador.”
Recuerdo la interpelación jocosa pero airada que me hizo un egipcio en una mezquita de Madrid: “Parece que han descubierto algo nuevo, uno por aquí, el otro por allá, cuando nosotros en El Cairo llevamos toda la vida viviendo con los otros”. Es cierto, no hace falta salir de viaje en busca del otro. Lo normal es que te salga al paso en tu propia calle. Es más, probablemente el otro esté dentro de uno mismo. Habrá que pensar sobre esto. En esa misma mezquita madrileña otra interpelación menos jocosa de una mujer que, de manifiesto mal humor, me dijo “no todos los musulmanes somos iguales”, a la que yo respondo con la boca pequeña “ni tampoco todos los periodistas”.
El fotógrafo, periodista, fotoperiodista o la antropóloga y hasta la activista o el misionero, todos ellos se enfrentan al dilema de responder esta pregunta que le formula ese otro: ¿Qué derecho tienes tú a contar mi historia? Aquí lo primero es pedir disculpas, bajar la cámara o el boli y mirarle como si fueras tú mismo quien está saliendo de entre los escombros, o de la casa o del bar de la esquina. Si después de sostenerle la mirada eres aceptado, entonces ya puedes seguir junto a él o por el contrario tendrás que darte la vuelta y marcharte. Hay que ir con cuidado con la coartada de la necesidad de informar que es la que nos da permiso y poder en cualquier lugar del planeta ¿Cuántas veces se ha utilizado la libertad de expresión como arma arrojadiza?
El que se da la vuelta no se va a casa; puede ser que no lo haga porque le pagan por ello pero también por agotar hasta el final las posibilidades de contar ese encuentro. Como explica el escritor y crítico americano David Levi Strauss “Cuando uno cualquiera, trata de representar a alguien, tomar su fotografía, o contar su historia, entra de cabeza en un problema político real. La primera pregunta es; ¿Qué derecho tengo yo de representarte? Cada fotografía de este tipo ha de ser una negociación, un acto complejo de comunicación donde la probabilidad de éxito es extremadamente remota. ¿Significa esto, que no debiéramos intentarlo?”.
Una vez recopilados los materiales hay que llevarlos a su destino. Ese destino en mi caso es la redacción de un periódico que, o bien me ha encargado el trabajo o bien me lo ha comprado como fotógrafo independiente que soy.
En la elaboración de los periódicos participa mucha gente y en ella caben muchas sensibilidades y materiales diversos, más o menos sesudos, aunque, como ya hemos dicho, la tendencia general es la simplificación, la reducción al cliché o estereotipo, a esas “verdades cansadas” que decía George Steiner. Una de las aspiraciones de mis trabajos fotográficos es la de visibilizar esa diversidad que se oculta o se uniformiza en tantos reportajes hechos en zona “islam” publicados en prensa.
En el Marruecos de finales de los noventa insistí en fotografiar a la gente que se lanzaba en verano a las playas aunque esas imágenes tenían escasa difusión y recorrido en los medios generalistas de la prensa occidental. Disfruté con la periodista Carla Fibla entrevistando a una Fatima Mernissi que, emocionada, hablaba de las playas de Rabat que por aquel entonces eran uno de mis lugares favoritos para fotografiar. Y precisamente porque en esas playas era donde mejor se dejaba ver esa variedad de formas de vivir dentro del islam. Playas que paseé en otra ocasión con Ana Carbajosa buscando fotografiar lo que los dos convenimos en llamar “personajes puente”, que estuvieran a caballo entre las dos culturas, es decir, la occidental y la oriental, sin darme cuenta de que lo que estaba fotografiando era la globalización. O quizás deslumbrados por la tan cacareada aparición de la clase media, fenómeno que muchos periodistas apuntaban como señal de cambio en el Magreb y en toda África y que años más tarde puede haberse convertido en la pantalla que no nos deja ver la pobreza de las clases trabajadoras en tantos países.
Hice sucesivos viajes con el periodista y maestro Manuel Martorell a esa unidad mental llamada Kurdistán. Un pueblo sin Estado que se extiende por Turquía, Irak, Irán, Siria y Armenia. Un territorio extenso donde la diversidad religiosa es enorme. Martorell, como buen conocedor de la zona, siempre buscó contar esa diversidad, la tolerancia entre minorías, como también informó de las disputas internas por no llamarlas guerras fratricidas. Fueron muchos reportajes y viajes desde finales de los ochenta hasta fechas recientes. Constatamos en numerosas ocasiones el escaso interés por publicar historias que hablaran de esa diversidad: yezidis, cristianos, naksbandis o alevíes entre otros. El espacio en los medios era reducido y siempre acababan apareciendo como meros rasgos folklóricos de la zona sin permitir incorporar todo esa complejidad al análisis de los hechos que pudieran estar acaeciendo en la región.
Yo había mostrado, aunque despertando poco interés, reportajes sobre los yezidis y el templo de Lalesh en Irak. Los yezidis son el antecedente religioso preislámico de los kurdos y sus ritos y prácticas rara vez tenían cabida en los medios españoles. Hizo falta que desgraciadamente apareciera el Estado Islámico para que el gran público supiera de su existencia o de la existencia de las minorías cristianas convertidas en objetivo de la violencia del grupo terrorista. Al calor de esos terribles acontecimientos, de las persecuciones y violaciones colectivas, se supo de la existencia de esos grupos. Tristemente muchas de esas noticias ya incorporaban un claro barniz islamófobo resaltando las limpiezas que los yihadistas hacían de los cristianos o de los yezidis con ese tufo tan particular de la “guerra de civilizaciones” o de la amenaza sobre Al Ándalus, sin tener en cuenta que el Estado Islámico representaba una amenaza real para todos pero sobre todo para los propios musulmanes. Resulta difícil entender las pocas muestras de solidaridad hacia los musulmanes quienes, además de ser las principales víctimas del yihadismo, acarrean sobre sus espaldas la sombra de la sospecha solamente por el hecho de que una panda de locos se haya arrobado el derecho de ir matando a diestro y siniestro tomando como rehén al propio Allah.
El tema del velo suele ser el centro de atención de los medios de comunicación occidentales. Cabría preguntarse, para empezar, por qué y para qué esa necesidad de asociar el islam y el velo a toda costa, por encima de cualquier otra consideración. Aquí claramente se produce un cortocircuito, hay una fijación de nuestros medios de comunicación que insisten en asociar el velo a la dominación masculina como prueba visible del machismo inherente al islam. No hay duda ni resquicios en esta tesis que recibe el apoyo y el aplauso de sectores poco sospechosos de ser xenófobos o islamófobos como la izquierda europea, numerosos grupos feministas y también en muchos casos las izquierdas en los países árabes. En palabras de la profesora y arabista Ángeles Ramírez “la crítica al pañuelo se ha convertido en un subterfugio políticamente correcto para la islamofobia. De paso se invisibilizan las prácticas patriarcales de los contextos no musulmanes”.
Tema complejo el del velo, juego de espejos donde se te puede tachar de relativista cultural o de ingenuo, y de ahí hasta llegar a palabras mayores, si uno no se alinea con esta tesis monolítica sobre su significado. No me toca a mí como fotógrafo entrar a fondo en este asunto, pero sí puedo hablar de algunos reportajes que he hecho en los que el velo era lo que el periodismo ha acordado en llamar “la percha”.
Recuerdo con cariño un reportaje que publicó El País Semanal, con texto de Jesús Rodríguez, titulado “Más allá del velo” y que arrancaba así: “Debajo de cada velo hay una cabeza. Centenares de miles en España. Todas son diferentes. Aunque nos empeñemos en verlas iguales”. Me gusta esta frase porque de un plumazo abre en la dirección en la que yo creo que hay que abrir para empezar a hablar de un tema tan complejo. Más tarde y con el mismo periodista y en el mismo medio publicamos “El islam de las mujeres” cuyo mérito, de tenerlo, era asociar la palabra islam a la palabra España, aceite y agua para muchos sectores de la sociedad española. El sabor que dejó este reportaje fue agridulce y no llovió a gusto de todas. Sin embargo diría que la edición de las fotografías fue bastante equilibrada. Aunque un porcentaje alto de las musulmanas fotografiadas llevaba velo, creo que componían un mosaico amplio de sensibilidades y usos del tan manido hiyab.
Es raro ver un reportaje o noticia sobre el islam donde no aparezca un velo o en su defecto un hombre o grupo de hombres rezando ¿Es que acaso los musulmanes no pueden hacer otra cosa que rezar o mostrarnos el velo?
Lo cierto es que no hay musulmana sin velo, es más, “si no hay velo, no hay musulmana” como podría llegar a inquirir un redactor cualquiera o editor gráfico de revista. Al fotografiar a curas que trabajaban en cárceles o barriadas marginales para hacer un tema sobre “los otros curas”, los que no llevan sotana, se despertó la misma inquietud en un redactor que sospechaba que si no había sotana no había cura. Podríamos seguir con los mineros, ¿es posible sacar a un minero que no tenga la cara llena de carbón? Y así ad infinitum, porque lo que un editor gráfico busca es una imagen que simbolice y sirva de síntesis de todos los componentes de un colectivo o grupo social. Lo que resulta llamativo es esa conexión, más bien soldadura, entre islam y velo donde se subraya la parte de sumisión que puede este conllevar, aunque rara vez es sugerido o expuesto como herramienta política emancipadora.
Tensando aún más esa cuerda cuyos dos extremos son Occidente y Oriente, lean esto en clave de cuento, aunque juraría que se trata de una realidad. Una vez escuché una canción en la radio que contaba una historia divertida: a voz en grito y no sin cierta desesperación, un hombre contaba que cada vez que se dejaba crecer el pelo su pareja se cortaba el suyo al cero. La canción cerraba con un estribillo que sugería que el motivo de esta acción-reacción era que en el mundo había una cantidad fija de pelo. Imagínense que las melenas de los hippies y los sadhus de la India empujaran en otro lugar del planeta a una conversión en masa a la “doctrina skinhead”. Extrapolé esta fantástica historia, en un paseo por la playa de Tánger, al asunto del velo. Pensé en la posibilidad de que hubiera una cantidad fija, asignada digamos, de tela en la tierra. De tal forma que la que sobra en la fabricación de las minifaldas se ha de usar en los burkas para cubrir ese “sagrado” cupo.
Es difícil determinar las razones últimas por las que hacemos las cosas en nuestra vida, pero no cabe duda de que todos tenemos el mismo derecho a hacerlas e incluso el mismo derecho a equivocarnos sin que nadie nos diga que estamos equivocados o cómo deberíamos haberlas hecho.
Cierro este artículo con una pregunta que me formuló Bru Rovira, otro periodista del que se puede aprender mucho. ¿No será el velo, entre otras cosas, una invitación a mirar las cosas de otra manera?