Artículo publicado originalmente por Fátima Tahiri Simouh, investigadora predoctoral de la Universidad Autónoma de Madrid, en Alkalima el 20 de niviembre de 2020
En las últimas décadas, las referencias al islam y a determinados musulmanes son protagonistas en los medios de comunicación. Sin embargo, no solo las noticias y los debates en las tertulias televisivas explotan el discurso construido sobre la población musulmana, sino que la ficción viene a ser una “fuente” simultanea que expone en sus guiones de películas y series de televisión lo que se considera como la supuesta realidad de las comunidades musulmanas.
Las imágenes que se proyectan sobre las personas musulmanas no escapan del racismo y la islamofobia. La ficción española hasta ahora ha evocado todas las imágenes que tienen que ver con los cánones racistas de “lo moro” y “lo musulmán” como puede ser la serie de “El Príncipe” (Telecinco:2014), Isabel (TVE:2012) o “Élite” (Netflix:2018). La representación en estas series ha estado marcada por una visión esencialista y estereotipada donde prima la sobrevaloración de la pertenencia religiosa sobre cualquier otra condición o realidad política, social o económica. Como afirma Edward Said es uno de los rasgos más acentuados de las aproximaciones neorientalistas en contextos donde se visibiliza el islam (Said, 2005). La religión es presentada como un elemento estereotipante y homogenizador de los/as musulmanes/as que se les enmarca en un contexto de violencia, pobreza y retraso. En cuestión de género, se representa a las mujeres por medio de dos elementos simbólicos considerados por Nash y Vives (2009) como diferenciadores y propios de la mujer musulmana: el uso del velo y el matrimonio pactado entre familias. Sin olvidar, el papel de la diversidad LGTBIQ+ donde se representa al islam y a las personas musulmanas como homófobas por antonomasia.