Análisis de Natalia Andújar publicado en su blog el 15 de noviembre de 2021
El debate sobre el islam “de España”, “español” o “en España” no es nuevo. La cuestión del calificativo, de la “esencia” del islam, de la compatibilidad o no con los valores occidentales (a saber qué quiere decir eso) es algo que se ha debatido también en otros países europeos, sobre todo en Francia y su islam “de las Luces”, un concepto que ha sido difundido por una serie de musulmanes muy mediáticos, aupados por los centros de poder. Algo similar está ocurriendo en España y el islam “español”. La reivindicación de un islam “genuinamente español” responde a dos planteamientos: por un lado, se trata de una reacción contra el revisionismo del pasado andalusí, identificado como una mera anécdota vergonzosa de la historia de la España cristiana, es decir, una reacción contra quienes afirman que el islam es una religión foránea y violenta. Este tipo de visiones sirven, principalmente, para alimentar los discursos islamófobos de la extrema derecha al extranjerizar el islam. Se trata de un planteamiento que nos retrotrae a la vieja polémica nacional entre Américo Castro y Sánchez Albornoz.
Por otro lado, y consecuencia de lo anterior, se aboga por un islam dentro de la onda de la España de las Tres Culturas que, por una serie de analogías simplistas, se convierte, en la actualidad, en un islam “democrático”, “occidental” y “genuinamente español”, que reivindica la recuperación de un pasado esplendoroso, en ocasiones, desde una postura apologética acrítica. El riesgo de este tipo de planteamientos es que se sitúan en la línea de las tesis culturalistas, que entroncan con las estrategias coloniales: hay un islam violento y antidemocrático que viene de fuera, mientras que el “gen” español lo convierte en democrático. Al contrario de lo que cabría esperar, la defensa de un islam “genuinamente español” no sirve para contrarrestar la islamofobia sino al contrario, alimenta las tesis racistas al establecer una clasificación entre buenos y malos musulmanes, entre los que tienen una cultura española (o se adscriben públicamente a la defensa de lo “español”) y los que tienen una cultura “islámica” extranjera, importadores del espantajo del islam político. A todos nos chirriaría la necesidad de abogar por un “catolicismo español”, un “budismo español” o un “judaísmo español”, por lo que debemos preguntarnos qué intereses hay detrás de la reivindicación un islam “genuinamente español” y a quiénes benefician esta terminología política.
Tal y como afirma la socióloga y escritora Kaoutar Harchi “la islamofobia es la violencia política estructural en la que la afiliación religiosa se racializa, esto es, aparece definida como un determinante absoluto. El hecho de creer o hacernos creer que el problema es teológico induce a la (auto)-humillación de los musulmanes que sienten que deben mostrar lealtad, entendida como la promesa de cambiar “en esencia””.
En ese sentido, la política de domesticación del islam y del refuerzo de las tesis culturalistas por parte del Estado se basará en dos herramientas: la Comisión Islámica de España (cuyo objetivo, en teoría, es que se cumplan los acuerdos de cooperación de 1992) y el uso de los “musulmanes españoles” como interlocutores ideales, a pesar de ser una minoría. Así, la mayoría de reivindicaciones y la principal labor exegética de los “musulmanes españoles” tendrán que ver con la necesidad de mostrar que el islam es “feminista”, “democrático”, “pacifista”, “ecologista” y que ya se ha independizado de las influencias de las diferentes embajadas. Lo que me interesa señalar no es el debate interno en sí, en el que yo misma he participado (si hay un islam feminista vs machista, democrático vs autoritario, pacifista vs belicista, ecologista vs degollador de animales ya que, como afirma Ziba Mir Hosseini “la imposición de unas interpretaciones sobre otras no tiene que ver con la autenticidad sino con las fuerzas políticas que las defienden”) sino cómo desde el Estado se instrumentalizan estos debates para arrinconar a los musulmanes a la esfera religiosa y cómo establece los límites de nuestras reivindicaciones al reducirlas a debates teológicos abstractos. De esta forma, evitan que nos organicemos y nos unamos respecto a cuestiones políticas y sociales cruciales. Mientras los diferentes colectivos musulmanes estemos entretenidos en llevar a cabo esos debates teológicos e intentemos que se cumplan los acuerdos de cooperación a través de la Comisión Islámica de España, que es un simple órgano de control de los musulmanes, la lucha contra el racismo estructural, la ley de Extranjería, la reivindicación del cierre de los CIEs y la denuncia de las condiciones de explotación de las personas migrantes no provocarán muchas adhesiones. Y eso, tanto al Estado como a los partidos políticos, les viene perfecto.