Artículo de Natalia Andújar publicado en su blog el 27 de diciembre de 2021
El debate sobre el islam “de España”, “español” o “en España” no es nuevo. La cuestión del calificativo, de la “esencia” del islam, de la compatibilidad o no con los valores occidentales (a saber qué quiere decir eso) es algo que se ha debatido también en otros países europeos, sobre todo en Francia y su islam “de las Luces”, un concepto que ha sido difundido por una serie de musulmanes muy mediáticos, aupados por los centros de poder. Algo similar está ocurriendo en España y el islam “español”. La reivindicación de un islam “genuinamente español” responde a dos planteamientos: por un lado, se trata de una reacción contra el revisionismo del pasado andalusí, identificado como una mera anécdota vergonzosa de la historia de la España cristiana, es decir, una reacción contra quienes afirman que el islam es una religión foránea y violenta. Este tipo de visiones sirven, principalmente, para alimentar los discursos islamófobos de la extrema derecha al extranjerizar el islam. Se trata de un planteamiento que nos retrotrae a la vieja polémica nacional entre Américo Castro y Sánchez Albornoz.
Por otro lado, y consecuencia de lo anterior, se aboga por un islam dentro de la onda de la España de las Tres Culturas que, por una serie de analogías simplistas, se convierte, en la actualidad, en un islam “democrático”, “occidental” y “genuinamente español”, que reivindica la recuperación de un pasado esplendoroso, en ocasiones, desde una postura apologética acrítica. El riesgo de este tipo de planteamientos es que se sitúan en la línea de las tesis culturalistas, que entroncan con las estrategias coloniales: hay un islam violento y antidemocrático que viene de fuera, mientras que el “gen” español lo convierte en democrático. Al contrario de lo que cabría esperar, la defensa de un islam “genuinamente español” no sirve para contrarrestar la islamofobia sino al contrario, alimenta las tesis racistas al establecer una clasificación entre buenos y malos musulmanes, entre los que tienen una cultura española (o se adscriben públicamente a la defensa de lo “español”) y los que tienen una cultura “islámica” extranjera, importadores del espantajo del islam político. A todos nos chirriaría la necesidad de abogar por un “catolicismo español”, un “budismo español” o un “judaísmo español”, por lo que debemos preguntarnos qué intereses hay detrás de la reivindicación un islam “genuinamente español” y a quiénes benefician esta terminología política.
Tal y como afirma la socióloga y escritora Kaoutar Harchi “la islamofobia es la violencia política estructural en la que la afiliación religiosa se racializa, esto es, aparece definida como un determinante absoluto. El hecho de creer o hacernos creer que el problema es teológico induce a la (auto)-humillación de los musulmanes que sienten que deben mostrar lealtad, entendida como la promesa de cambiar “en esencia”.