Artículo de Alejandro García Sanjuán publicado por eldiario.es el 8 de diciembre de 2021
El pasado 5 de diciembre, los medios de comunicación internacionales se hacían eco de la decisión del candidato francés a la Presidencia de la República, Eric Zemmour, de designar su movimiento político con un nombre muy familiar: Reconquista (en francés, Reconquête). Durante los últimos años asistimos a la reactivación de un preocupante fenómeno que cuenta con trágicos precedentes en nuestro pasado más reciente: la utilización sectaria del pasado como herramienta de exclusión y aniquilación del adversario.
Gracias al inestimable apoyo de la jerarquía católica, que avaló y justificó su golpe de Estado y su guerra contra la República como una Cruzada, Franco fue el primero que convirtió la noción de Reconquista en una eficaz arma ideológica que le permitió legitimar su política de exterminio de los malos españoles, los enemigos de la eterna España católica, rojos, ateos y masones. Como dijera en su portada un célebre diario católico con motivo del octavo aniversario de la victoria franquista en 1947, fue ‘otra Reconquista, arrancada, a fuerza de heroísmo, al enemigo exterior’. La intensa retórica cruzadista y nacionalcatólica, por supuesto, no impidió a Franco utilizar a combatientes rifeños musulmanes para llevar a cabo su nueva Reconquista de España.
La reciente consolidación de la ultraderecha como opción política en España ha venido acompañada de constantes invocaciones de la Reconquista en las redes sociales y en las arengas mitineras. Pero esas apelaciones no representan una mera retórica propagandística destinada a enardecer burdos sentimientos patrioteros de gente con muy baja autoestima, sino que se acompañan de un proyecto más ambicioso, de obvias reminiscencias franquistas, destinado a reinstaurar a nivel institucional una narrativa histórica basada en la legitimidad única del catolicismo como identidad colectiva de los españoles. A ello obedecen las propuestas dirigidas a hacer coincidir las fechas de las conquistas medievales de Andalucía y Murcia con sus respectivas festividades autonómicas: se trata de transformar la narrativa nacionalcatólica de la Reconquista en un conjunto de conmemoraciones institucionales que nos impidan olvidar quiénes son los verdaderos ‘founding fathers’ a quienes debemos nuestra existencia, como no hace mucho afirmaba cierto académico de la ultraderecha católica en referencia a Alfonso X y Andalucía.
La utilización del pasado como fuente de elaboración de identidades colectivas suele ocultar planteamientos que no siempre se formulan de manera explícita y que responden a agendas ideológicas muy determinadas. Andalucía toma su nombre de al-Andalus y los respectivos iconos arquitectónicos de ciudades como Córdoba, Granada o Sevilla (la Mezquita omeya, la Alhambra y la Giralda) acreditan que el pasado andalusí ocupa un lugar destacado en su evolución urbana y en la conformación de percepciones asociadas a sentimientos colectivos. Realidades tan complejas, subjetivas, volubles e inasibles como las identidades no pueden reducirse de manera simplista a un determinado personaje histórico o un acontecimiento histórico concreto.
Resulta inquietante pensar hasta qué punto la resurrección de la retórica mitinera y patriotera de la Reconquista constituye la antesala de otro fenómeno, de raigambre igualmente franquista: su reutilización como instrumento ideológico de legitimación del exterminio del enemigo. Así lo demostró en 2011 el terrorista fascista noruego que masacró cerca de Oslo a decenas de jóvenes socialistas y que, antes de cometer sus atentados, lanzó en Internet un texto propagandístico ilustrado con una cruz templaria en la portada y frecuentes alusiones a la Reconquista. Más recientemente, el supremacista australiano que en 2019 asesinó a más de 50 personas en sendas mezquitas neozelandesas adornó sus armas con nombres de héroes de la lucha antiislámica, entre los cuales se encontraba Pelayo, transformado por la tradición nacionalcatólica en adalid de la más rancia Reconquista y al que ahora exaltan referentes literarios prematuramente envejecidos de la denominada ‘generación X’.
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