Artículo de Sarah Babiker publicado originalmente por El Salto el 20 de enero de 2021
Es 16 de octubre de 2020 y Francia está en shock. Un profesor de instituto ha sido degollado en un suburbio de París. Las piezas del crimen encajan en un relato ya establecido. Un joven fanático musulmán. Un docente que ha mostrado caricaturas sobre Mahoma en el aula. La puja entre el oscurantismo islámico y la muy francesa libertad de expresión. El escenario se polariza, los antecedentes son cercanos y están llenos de sangre. La matanza en la redacción de Charlie Hebdo en enero de 2015, el juicio contra varios acusados que se celebra durante esos mismos días, la decisión de la revista de republicar para la ocasión las polémicas viñetas. La respuesta desde el Gobierno también genera su respectivo shock. El 15 de diciembre se filtra el proyecto en el que el Ejecutivo francés viene trabajando: una ley contra el “separatismo religioso”. En ella se incluye la “carta de los imames”, un documento que prohíbe a los líderes religiosos hablar de “racismo de Estado”, según el medio Mediapart. El Gobierno, que defiende a capa y a espada la libertad de expresión, considera que acusarle de islamófobo genera radicalización y amenaza al país.
Los dos meses entre el crimen de París y la redacción de esta ley antiseparatismo han sido intensos. El gobierno Macron apunta a más de 50 organizaciones de la comunidad musulmana. Entre ellas destaca el Colectivo Contra la Islamofobia en Francia (CCIF), entidad que se disuelve el 27 de noviembre para no tener que aceptar la disolución del Ministerio de Interior. “Francia no es la campeona en libertad de expresión que pretende ser”, llega a denunciar el 12 de noviembre Amnistía Internacional en un comunicado en el que repasa los excesos del gobierno francés en su reacción al crimen.
Mientras, Emmanuel Macron y su ministro de interior, Gérald Darmanin, van sembrando en los medios una mezcla de conceptos que incluyen crisis del islam, islam político, radicalización, islamismo, amalgamando todo lo islámico y asociándolo con el terrorismo. Las elecciones no quedan tan lejos, y se multiplican las críticas apuntando a que Macron está allanando el camino para competir con la extrema derecha. El fundador del CCIF, Marwan Muhammad, alerta en las redes sociales: “Si no hay respuesta ante esta deriva, la extrema derecha —da igual a través de qué candidato y de qué partido— ganará las elecciones de 2022”.
Consenso islamófobo
El experto en estudios árabes e islámicos Daniel Gil-Benumeya subraya desde Madrid la particularidad del caso francés. En su opinión, “hay un consenso islamófobo que parece que atraviesa toda la sociedad y todo el arco político”. Para él, la situación va más allá del islam: “Da la impresión de que se está buscando legislar de manera clara y decisiva la islamofobia, y probablemente el objetivo no sean solo las personas de culto musulmán, sino que también tenga que ver con el refuerzo de las estructuras de control social que en este caso se justifican por el peligro que representarían los musulmanes”.
A este experto le parece que el contexto español es muy distinto al francés. Aunque las cosas están cambiando en los últimos años. “Tenemos una formación ultraderechista que está utilizando un discurso abiertamente islamófobo”. Algo que, defiende, cala en el discurso público. No es solo Vox, “un sector de los medios se mira mucho en el espejo de Francia. Por ejemplo los discursos laicistas franceses parecen calcados, cuando realmente no tienen una transcripción clara en el Estado español, empezando porque España no es un país laico constitucionalmente”. La simpatía hacia los postulados franceses puede tratarse de una cuestión generacional. Aquellos que, durante la transición, miraban al país vecino en su anhelo por la modernización fueron los primeros en señalar, recuerda Gil-Benumeya, “el peligro multicultural relacionado con el islam”.