Artículo publicado originalmente por Nesrine Malik en The Guardian el 15 de febrero de 2021
Zesha Saleem es una joven periodista autónoma al inicio de su carrera que lleva hiyab. Como todos los periodistas jóvenes, ha desarrollado un exterior duro para poder aguantar la imprevisibilidad del trabajo y el dolor del rechazo. Pero cuando tiene éxito y se le encarga un trabajo y este se publica, tiene que enfrentarse a otro obstáculo: el abuso online.
«Escriba lo que escriba, siempre habrá gente que me obligue a justificar cosas que no tienen nada que ver con el artículo», dice. Con frecuencia, la gente le pregunta si alguien la obliga a llevar el hiyab, le pide su opinión sobre la detención de mujeres en otros países por no llevarlo, y le comenta que sus opiniones en cuestiones científicas no se pueden tomar en serio si cree en Dios. Sus padres se preguntan cuánto puede seguir en la carrera que ha elegido si esa es la acogida que tienen sus esfuerzos.
La guionista Lena Kamal (no es su nombre verdadero) me contó de una mala experiencia que tuvo con una emisora. «Participé en algo que supuestamente era una pieza cómica sobre microagresiones», dice, «y se editó y distribuyó de una forma que me expuso a un odio horroroso online que me quitó las ganas de relacionarme con los medios para siempre, la verdad». Saleem y Kamal, como muchos musulmanes británicos, se sienten cautelosos, escépticos o incluso hostiles a la idea que hay un valor en participar en la esfera mediática de Gran Bretaña.
Estas experiencias son solo parte de una historia más larga sobre los musulmanes en Gran Bretaña. Durante décadas no han sido retratados como gente común, tan falible como cualquiera, sino como un problema, una amenaza o un enemigo vecino. En algunos casos, los musulmanes británicos han sido descritos como parte de un «caballo de Troya», como pasó con las afirmaciones inventadas y sin crédito alguno sobre planes de musulmanes «para hacerse con el control» de las escuelas en Birmingham en 2014. Y también podemos pensar en los profundos efectos sociales y psicológicos del programa Prevent, que intentó efectivamente criminalizar a jóvenes musulmanes por hablar de política en ciertos espacios, o en el debate paternalista sobre «la prohibición del burka» durante la «guerra contra el terror» en los años 2000. Todo esto convirtió a los musulmanes en avatares del «otro» en la conciencia nacional: un grupo consentido y perturbador al que el acobardado poder liberal establecido otorgó privilegios.
El resultado es una ruptura en la forma en que la sociedad británica se comunica con y sobre los musulmanes, agravada por el gobierno conservador, que ha establecido un régimen de impunidad, si no de recompensa, a la islamofobia. Pero la ruptura de la confianza es más evidente en algunos medios de comunicación británicos. La verdad no tiene por qué ponerse en el camino de una buena historia: desde un niño blanco y cristiano supuestamente obligado a vivir con familias de acogida musulmanas, a un conductor musulmán de autobús que, según se dice, expulsaba a los pasajeros del autobús para poder orar, a la representación exitosa de la manipulación de niños para fines sexuales exclusivamente asociada con los hombres musulmanes: la arremetida es incesante. A veces, meses después, los medios publican correcciones o se disculpan, e incluso pagan los daños, pero ya es tarde.
Esta ruptura se materializó la semana pasada, en un episodio más sutil, pero sin embargo revelador, tras la elección de la primera secretaria general femenina del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, Zara Mohammed. En una entrevista con Emma Barnett en el programa la Hora de la Mujer de BBC Radio 4, se le preguntó, entre otras cosas, acerca del número de imames mujeres en el país. Mohammed clarificó que su papel no era religioso ni espiritual, pero Barnett siguió adelante con ese tipo de preguntas, mientras Mohammed seguía respondiendo que quedaban fuera de su ámbito. Resultó incomodo de escuchar.
A algunos les parecería legítimo preguntar a una mujer musulmana en un papel de liderazgo superior, que ella eludió. A otros les parecía la prueba habitual a la que las personas musulmanas son sometidas cuando participan en la esfera pública. Lo que se insinuaba es que el nombramiento de Mohammed valía de poco. Incluso cuando hay progreso, nunca es suficiente.
El elemento de «te pillé» se agravó como consecuencia de una característica injusta del escenario mediático de hoy: la edición de ese tipo de momentos para las redes sociales que elimina el contexto y provoca reacciones. A mí, la entrevista de la Hora de la Mujer me pareció la escena de dos partidos sentados frente a frente y separados por una línea trazada a lo largo de muchos años. Divisiones como esa son lo que dificultan tanto la discusión abierta sobre ciertos temas. ¿Cómo contestas a una pregunta así cuando cualquiera respuesta dará aún más munición a una maquinaria mediática que disfruta ensañándose con los musulmanes británicos?
Porque eso es exactamente lo que hace la islamofobia: hace que las comunidades musulmanas se cierren, se pongan a la defensiva, desconfiadas y temerosas que cualquier cómputo público de problemas dentro de la comunidad que se usará en su contra. Kamal me dijo que ahora se abstiene de «criticar o interactuar con el debate sobre la comunidad musulmana».
Se ha puesto de moda afirmar que la islamofobia es una ficción que se usa para «silenciar» un debate. Pero lo cierto es que hemos estado viviendo en un ambiente tan hostil que no podemos crear un espacio dentro del cual discutir sin miedo las cosas que nos importan a todos: los derechos de las mujeres, la radicalización, la exclusión social y económica, etc. Con tantos años de sospecha pesando sobre cada intercambio, hay que hacer un esfuerzo consciente para crear ese espacio, un lugar en el que las conversaciones duren más y no se optimicen para las redes sociales, y en el que los musulmanes jueguen un papel entre bastidores que les permita decir cuándo un contenido es incendiario y la edición no ayuda. Si queremos comentar los efectos estremecedores de las discusiones abiertas, empecemos por ahí.
Artículo traducido por Bethany Sullivan en el marco del acuerdo de prácticas firmado por el Máster Universitario de Traducción Profesional de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar para el Conocimiento Árabe.