Entrevista de Ibrahim Rifi
Fatiha El Mouali es licenciada en ciencias económicas, investigadora en la Universidad Autónoma de Barcelona, realizó su tesis doctoral sobre madres de origen marroquí en Cataluña, entre las experiencias personales y los procesos de acompañamiento en la escolarización de sus hijos. Es miembro de la plataforma Unidad Contra el Fascismo y el Racismo y del colectivo de Madres Contra el Racismo. Participó en la elaboración del libro “Combatir la islamofobia: una guía antirracista» (Icaria Ed.) y actualmente es técnica municipal de acogida.
Pregunta: ¿Cuál es tu análisis sobre la situación del racismo y la islamofobia en España?
Respuesta: El racismo y la islamofobia en España tienen raíces muy antiguas. Tenemos que volver atrás, a los tiempos de Al Ándalus, a la expulsión de los moriscos, la Inquisición, la colonización de España en Marruecos, etc. España tiene una gran particularidad en comparación con otros países occidentales donde el contacto con el mundo musulmán ha sido más reciente en términos históricos.
La proximidad geográfica, la relación histórica entre los dos territorios, el contacto que no siempre ha sido pacífico, ha reforzado un imaginario concreto negativo en el esquema ideológico de los españoles. Durante mucho tiempo, se ha transmitido un discurso de odio de forma sistemática a través de textos escritos, de la escuela, de los medios de comunicación y de los discursos orales, que difícilmente se puede cambiar a corto plazo.
¿Hasta qué punto la islamofobia está vinculada con el racismo anti magrebí?
Para la mayor parte de los españoles, marroquí es sinónimo de musulmán y musulmán es sinónimo de marroquí. En el imaginario popular e institucional, el “moro” es todo: es el árabe, el amazigh, el magrebí, el musulmán. Por mucho que haya personas de origen marroquí que se declaran no musulmanas, igualmente entran dentro de ese imaginario de “moro», al igual que el amazigh que se declara no árabe. Es muy difícil disociar una cosa de la otra.
¿Cómo crees que se está trabajando en la lucha contra ese odio? ¿Crees que ha habido avances? ¿Hemos conseguido algo?
Hablando desde mi propia experiencia, como mujer que vino de Marruecos en una edad adulta, puedo decir que desde el primer momento se podía detectar y respirar ese racismo y esa islamofobia, pero los que promueven el discurso racista no lo hacían de forma descarada y pública como ahora y los que luchamos en contra ese odio no lo hacíamos de forma organizada como ahora.
¿Hemos conseguido algo? yo creo que sí, desvelar ese racismo que antes no podíamos señalar porque no era tan explícito como ahora. El hecho de que expresemos antirracismo públicamente ya es algo positivo, le ponemos palabras, lo identificamos y lo demostramos hasta a aquellas personas que intentan continuar negando su realidad.
P: ¿Qué nos ha enseñado Ucrania?
La doble moral y la cara del racismo crudo en Occidente en general. Nosotros llevamos años denunciando la Ley de Extranjería, una ley que penaliza la entrada de las personas migrantes de otros países del mundo, que vienen de situaciones difíciles, de guerras, de pobreza, muchas provocadas justamente por Occidente como la Guerra de Iraq, Guerra en Libia, Palestina…
Con el estallido de la guerra en Ucrania, ya todo lo que era imposible se hizo viable en un momento. Se les facilitan permisos de residencia y trabajo en 24 horas, de repente todo el mundo está dispuesto a acoger cuando hasta hace dos días la mayoría de los políticos tanto de izquierda como de derecha no paraban de declarar que aquí no cabemos todos. Esta hipocresía y doble moral está desenmascarando a Occidente y sus discursos sobre derechos humanos, igualdad y libertad.
Países como Francia, han atacado enormemente a las mujeres musulmanas, y especialmente el hiyab en el espacio público por considerarlo un ataque al laicismo y a la libertad, ¿Cómo analizas esa misma realidad en España?
Francia es un país laico, donde pretenden separar religión y político en todos los espacios, especialmente los institucionales. Bajo este pretexto Francia prohíbe los símbolos religiosos en la escuela, de ahí la prohibición del hiyab en las escuelas. Últimamente prohíben hasta en las madres que acompañan a sus hijos. Es un tema que genera mucha polémica en el país.
La islamofobia es siempre de género, porque casi siempre se ataca a las mujeres, se ha convertido en una estrategia que utilizan los políticos para ocultar sus fracasos y desviar la atención de la ciudadanía.
España es un país aconfesional y no laico, y la Constitución española está en contra de toda discriminación por motivos religiosos. Creo que España tiene un complejo de inferioridad con respecto a otros países del norte, y tengo la sensación de que se busca copiar temas polémicos como es la discusión sobre el hiyab para que el resto de Europa nos vea como sus iguales, aunque el contexto sea totalmente diferente.
¿Qué opinas sobre los ataques islamofóbos que vienen desde sectores feministas, que tienen como principal objetivo a las personas musulmanas, al islam y sobre todo al hiyab?
Siempre digo que cuando las mujeres con hiyab limpiaban sus casas a nadie le importaba que llevasen hiyab, ni tampoco sus vidas ni sus condiciones de trabajo. Pero cuando hemos empezado a hablar en nombre propio, denunciando las barreras y los obstáculos para conseguir nuestros derechos, cuando hemos redefinido el significado de la libertad lejos del esquema impuesto por el feminismo hegemónico, cuando hemos empezado a alzar la voz, nos han comenzado a atacar.
El feminismo hegemónico no solo ataca a las mujeres musulmanas, sino también a otro tipo de pensamiento feminista que no encaja con su manera de ver la libertad de la mujer. Pero en nuestro caso lo ha tenido fácil porque ya el imaginario público es propicio a aceptar esa argumentación a pesar de ser simplista, superficial y sin fundamentos.
¿Qué opinas sobre esas voces en auge que vienen de familias musulmanas o que se consideran ex-musulmanas, que denuncian el machismo que existe en muchas familias y que sus discursos son tremendamente islamófobos, siendo las mujeres musulmanas con hiyab su principal objetivo de ataque?
En mi opinión aquí hay mucho que decir, primero de todo, debemos saber que esto no es algo nuevo, ha pasado en Holanda, ha pasado en Francia y tenía que pasar en España. Era de esperar, nada nuevo.
Estas mujeres tienen todo el derecho de expresarse como quieran, de considerarse lo que quieran. Yo también necesito ejercer ese derecho. ¿Hay machismo en muchas casas de familias musulmanas? por supuesto que sí, porque el machismo es global, no caracteriza una cultura determinada, está en todas las culturas y casas.
Si estas mujeres, realmente, quieren luchar contra el machismo y la violencia, pues que lo hagan con la comunidad y no montando polémicas utilizando a la misma comunidad para recibir aplausos y lucrarse con ello.
Las políticas racistas viven y se nutren de la confrontación entre miembros de la misma comunidad, o enfrentando comunidades racializadas entre ellas. Creo que tenemos que ser inteligentes y no entrar en este juego. Quien le preocupa lo que se vive a nivel de la comunidad que baje al terreno y que empiece a trabajarlo con la comunidad.
Está claro que el objetivo de estas mujeres no es mejorar la situación de la mujer “mora”, inmigrante, musulmana en la comunidad, sino reafirmar los tópicos. A los racistas le ha venido muy bien que haya personas así porque de esta forma, legitiman sus discursos racistas a través de lo que ellas dicen.
¿Cómo entiendes esa violencia que has vivido como mujer y como persona migrante marroquí y musulmana?
A mí la experiencia migratoria me ha servido mucho porque me permitió comprobar de primera mano la hipocresía de muchos discursos que Occidente lleva décadas vendiendo a las sociedades del Sur Global. La experiencia migratoria me ha permitido ver como el silencio de la sociedad mayoritaria, ante el racismo institucional que ejerce la Ley de Extranjería. Me ha permitido ver como el feminismo blanco se muestra preocupado por la situación de las mujeres en Arabia Saudí e Irán mientras no mueve ni un dedo para defender las trabajadoras migrantes en Huelva y las trabajadoras del hogar. Nunca se ha movido para denunciar la Ley de Extranjería que está abocando a mujeres, familias e infancia a la precariedad, vulnerabilidad y pobreza. Nunca ha hablado de cómo se nos prohibía por ley el acceso al mercado laboral y a una vida digna y en igualdad de condiciones. Nunca ha hablado de nosotras como mujeres con posibilidad de acción y con capacidades, siempre se nos ha presentado como víctimas de nuestra cultura, de nuestra religión y de nuestros hombres.
En mi tesis, que trata sobre estas cuestiones, he podido centrarme en esta cuestión y las entrevistas han servido para mostrar la realidad de muchas mujeres migrantes marroquíes. Se ha mostrado la gran diversidad que existe en este colectivo; mujeres que vinieron adultas, otras que vinieron de niñas, otras jóvenes, algunas con estudios, otras sin estudios, otras de zonas rurales, de ciudades pequeñas, de ciudades grandes, unas que vinieron con experiencia laboral, otras que nunca trabajaron más que como amas de casa. Una realidad que no coincide con el prototipo que siempre se ha instaurado y dibujado en el imaginario de las personas que desconocen esta realidad.
Por desgracia, la Ley de Extranjería ha igualado todas estas realidades porque les pone una serie de barreras que les ha dificultado la posibilidad de seguir estudiando, el acceso al mercado laboral siendo únicamente posible para ellas el acceso al trabajo que las invisibilizan: trabajo doméstico, cuidados de personas mayores, etc.
La violencia que representa la Ley de Extranjería, la mirada social, el discurso político y mediático, el cómo nos miran y nos tratan muchas personas con un aire de superioridad moral donde nos intentan trazar el camino de lo que tenemos que hacer para “civilizarnos, emanciparnos e independizarnos”. Muchas veces se nos tratan de forma infantil, es como si fuésemos hojas en blanco sobre la que ellos van escribiendo. Todo esto hace que muchas veces perdamos el interés en mezclarnos con ciertos espacios donde nos sentimos vigiladas, observadas y por lo tanto no respetadas.