Las autoridades creyeron que podrían añadir su muerte a la larga lista de fallecidos en circunstancias violentas cuyas muertes nunca se han resuelto. Nadie, ni el gobierno, ni la policía de la moral, ni la cúpula clerical que dirige el país, ni los millones de iraníes que vieron estupefactos la imagen de la joven intubada en el hospital, imaginaron jamás que su muerte, tan insignificante para la clase dirigente, pondría en jaque a la República Islámica.
La mayoría de las veces, los sucesos que marcan un antes y un después en la historia de un país ocurren de forma imprevista. La muerte, bajo custodia de la policía de la moral, de Mahsa Amini, el 16 de septiembre, es uno de ellos. Lo lamentable es que ella no haya podido ver lo que su trágica muerte ha desencadenado dentro y fuera de su país. Con tan solo 22 años, esta mujer desconocida, de semblante inocente y origen kurdo –para añadir más calado político a la trascendencia de su muerte– se ha convertido en el símbolo de la lucha por la libertad de las mujeres de Irán, reprimidas desde hace cuatro décadas por un régimen teocrático brutal.
Mahsa Amini se encontraba visitando a unos familiares en Teherán cuando fue arrestada por la policía de la moral por no llevar el hiyab colocado de manera correcta según la legislación iraní. Las redadas de este cuerpo policial son habituales en todo el país, perpetradas por agentes envueltas en chador que no dudan en ejercer la violencia contra sus semejantes en plena calle. En multitud de vídeos que circulan por internet puede verse cómo las mujeres son reducidas por la fuerza e introducidas en las temidas furgonetas blancas para ser trasladadas a comisaría, donde son aleccionadas para que no se desvíen de nuevo del rigorismo que dicta el código de vestimenta islámico.
En este contexto, su detención, e incluso su muerte posterior, podrían haber pasado desapercibidas para el conjunto de la población. La arbitrariedad con la que el régimen arresta y aparta a aquellos que le molestan es conocida, por lo que, de no haber circulado su imagen en estado de coma, nada de lo que está ocurriendo en Irán desde hace semanas se hubiera producido. Pero, lejos de lo que la policía pudo prever, el crimen cometido contra Mahsa Amini por el mero hecho de no ocultar su cabello debidamente, ha desatado una de las mayores protestas en contra de la República Islámica desde su establecimiento en 1979.
La mecha se prendió en la ciudad natal de la joven, Saqqez, en la región del Kurdistán, donde, horas después de su muerte, decenas de mujeres iniciaron una marcha gritando libertad y agitando sus velos al aire, una imagen del todo insólita que hizo prever lo que estaba por venir. Durante el funeral de la joven, sus padres imploraron justicia y aseguraron que su hija no había muerto de una enfermedad previa, tal y como asegura el régimen desde el primer momento. A las protestas en esa pequeña ciudad del Oeste de Irán, se sumaron en cuestión de horas multitudinarias manifestaciones en varias ciudades del país como Shiraz, Isfahan, Mashad, Karaj, Tabriz, Rasht y la capital, Teherán. A fecha de hoy, las manifestaciones no cesan y se replican dentro y fuera de Irán, con miles de personas expresando su solidaridad y apoyo a las mujeres iraníes en varias capitales europeas.
La lucha contra la obligatoriedad del velo se ha convertido en un símbolo de rechazo a todo un sistema
El gesto de cortarse un mechón de pelo se ha convertido en un símbolo de resistencia y muchas mujeres occidentales han compartido imágenes cortándose un trozo de cabello para mostrar su rechazo a la privación de libertad de las iraníes. Es la primera vez que el exilio iraní protesta con tanta fuerza y toma las calles, no ya para denunciar la muerte de una compatriota, sino para exigir el fin del régimen.
Mientras tanto, la élite dirigente asiste colérica a la exhibición diaria de quema de fotografías de los ayatolás Jomeini y Ali Jamenei, el actual líder. La estampa se repite a diario: calles tomadas por mujeres que agitan el velo exigiendo libertad, acompañadas por hombres que las apoyan y comparten el sentimiento de unidad histórica contra un enemigo en común. La lucha contra la obligatoriedad del velo se ha convertido en un símbolo de rechazo a todo un sistema.
Revueltas diferentes a todas las anteriores
Desde el exterior, estamos siendo testigos de un levantamiento de la población iraní como no se había visto antes, y son varios los elementos que distinguen estas protestas de las que han tenido lugar en el pasado.
En primer lugar, las mujeres son las que han tomado las calles desde el primer momento y lo han hecho con una valentía y una fortaleza apabullantes. El velo en Irán es la primera arma de represión contra las mujeres. Y, aunque no la única ni la más grave, sí es la más visible y la que permite al régimen mantener el control que ejerce sobre la mitad de la población. Una de las primeras medidas que adoptó Jomeini cuando tomó el poder en 1979 fue la obligatoriedad del hiyab, lo que desencadenó masivas protestas en Teherán protagonizadas por mujeres que rechazaban la imposición. Tras esa medida, vinieron otras que revocaron derechos conseguidos durante la etapa anterior, como la ley de protección de la familia, que había aumentado la edad mínima para el matrimonio de las niñas de 13 a 18 años, el derecho al aborto, al divorcio y un sinfín de libertades suprimidas. Esa reacción de las mujeres iraníes demostró su firmeza y capacidad de lucha ante la usurpación de sus derechos.
La transversalidad de las protestas pone de manifiesto el trasfondo de insatisfacción de una población atenazada por la crisis económica y la falta de libertades
Las manifestaciones que vemos estos días son herederas de las protestas del pasado, pues en 43 años la República Islámica no ha podido enterrar, aunque no por falta de empeño, el movimiento feminista iraní. Son muchos los nombres de notables abogadas y defensoras de los derechos de las mujeres encarceladas. Cumplen condena o han sido sentenciadas a prisión conocidas activistas como Nasrin Sotoudeh, Narges Mohammadi, Saba Kord Afshari o Golrokh Ebrahimi Iraee.
En segundo lugar, la forma de las protestas las hace únicas porque nunca antes las mujeres habían desafiado al régimen quitándose el velo de manera tan evidente. En los últimos años ha habido movimientos puntuales en contra del pañuelo que han terminado sofocados. En 2017, Vida Movahed ató su hiyab a un palo y lo ondeó en silencio en la calle Enghelab de Teherán. Su gesto fue totalmente revolucionario. Lo hizo sin esconderse, en pleno centro. Un grupo de personas la rodeó sin saber muy bien qué hacer y, finalmente, un hombre la empujó contra el suelo.
Y, en tercer lugar, la participación de miles de hombres que gritan junto a las mujeres los cánticos feministas de «Mujer, vida y libertad» confiere a estas protestas un carácter unitario que no se había presenciado con anterioridad. Hombres y mujeres de distinta clase social, de todos los puntos del país y de distintas minorías –árabes, azaríes, kurdos– están saliendo a las calles pidiendo el derrocamiento del régimen y denunciando sus tropelías.
El hecho de que Mahsa Amini fuera kurda ha intensificado las hostilidades del poder central contra esa región, de carácter autonomista y enemiga declarada de Teherán. Las fuerzas de seguridad iraníes bombardearon a finales de septiembre zonas kurdas incluso fuera de las fronteras, en territorio iraquí, matando a varios civiles. Un portavoz oficial del gobierno dijo que las protestas eran perpetradas por independentistas kurdos que buscaban atentar contra el Estado. La Guardia Revolucionaria también respondió de forma implacable el 30 de septiembre contra las personas que protestaban en Zahedán, capital de la provincia de Sistán-Baluchistán, una zona de mayoría suní totalmente pauperizada, con graves problemas de falta de agua y de recursos. Según diversas ONGs, más de 70 personas murieron durante la represión de esas manifestaciones.
La transversalidad de estas protestas pone de manifiesto el trasfondo de insatisfacción y sufrimiento de una población que vive atenazada por la crisis económica y la falta de libertades. Trabajadores del sector educativo, agrícola y petrolero hace meses que se manifiestan por sus salarios, por lo que la semilla del estallido actual viene de lejos.
En 2019, una oleada de manifestaciones masivas tomó el país en protesta por el alza del precio del combustible y la grave situación económica. Pese a tener las segundas reservas de gas del mundo y las cuartas de petróleo, la pobreza en Irán es cada día mayor. La corrupción galopante, la ineptitud de la administración para gestionar el país y las duras sanciones impuestas de manera continuada por Estados Unidos han asfixiado la economía y dejado a toda una generación vacía de expectativas de una vida mejor. Las protestas de hace tres años se cobraron más de 1.500 víctimas, pero su naturaleza era sobre todo económica.
Diez años antes, en 2009, el Movimiento Verde estuvo protagonizado mayormente por jóvenes que protestaban por los resultados electorales que dieron de nuevo la victoria al ultraconservador Mahmud Ahmadineyad. Pero fueron unas protestas que respondían a la llamada de los líderes opositores. Obedecían a una causa concreta, y entonces tampoco se pidió el fin de la República Islámica, sino transparencia en el recuento de votos y elecciones limpias.
Ahora, el movimiento ha cruzado todas las líneas rojas perfectamente establecidas por el régimen. A las jóvenes que se manifiestan sin velo se han unido mujeres con chador que también están en contra de su obligatoriedad. Una de las voces más conocidas que defiende esta postura es la exdiputada Parvaneh Salahshouri, actualmente en libertad condicional, quien denuncia que las mujeres se sienten estresadas y humilladas ante la actuación de la policía de la moral. Salahshouri afirma que cuando la religión se impone por obligación, deja de ser religión y se convierte en ideología política.
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