ARTÍCULO:
El imán aleccionó a los terroristas en la corriente más clandestina del salafismo
La secta Takfir Wal Hijra captó a los 12 miembros de la célula (…)
José María Irujo, El País, 26 de agosto de 2017.
ANÁLISIS:
1. Uso de titular estigmatizador y dramático, asociando de forma generalizada a los imanes, y por extensión a las mezquitas, con el terrorismo, y esa asociación se extiende al contenido.
2. En el texto se confunden salafismo y wahabismo y se asocian a la violencia. Luz Gómez, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid y autora del Diccionario de islam e islamismo (Espasa, 2009) define el salafismo de la siguiente manera en un glosario sobre el islam que pueden consular en nuestra página: “Como su pariente el yihadismo, el actual salafismo es un movimiento ideológico que propugna la instauración de un orden islámico universal que recupere las esencias del islam, hoy en día corrompidas. Pero a diferencia del yihadismo, el salafismo no defiende necesariamente el uso de la lucha armada para lograrlo”. El wahabismo es una rama del salafismo ya que también postula una vuelta a las esencias del islam y es igualmente una corriente político-religiosa.
3. Dos de los doce miembros de la célula que captó Takfir Wal Hijra, según informa el subtitular del artículo, están en libertad provisional y otros dos están en prisión preventiva a la espera de juicio. Pese a no haber sido dictada ninguna sentencia contra ellos, y salvo en una ocasión (“El presunto dirigente de la célula no tenía antecedentes por terrorismo islamista”), el artículo omite la presunción de inocencia, según la cual, toda persona es inocente hasta que una sentencia judicial declare su culpabilidad. Hablar de un detenido no juzgado sin presumir su inocencia fomenta las condenas sociales por parte de la opinión pública y por ese se recomienda el uso del adjetivos como sospechoso o presunto.
4. La asociación de “yihad” e “imán” al terrorismo no solo se hace en el titular: “Sus imanes eran marroquíes y argelinos, tipos con perfiles y actitudes idénticas a la del imán de Ripoll, un tipo discreto que jamás pronunció la palabra yihad desde el púlpito, ni levantó sospechas entre sus fieles y vecinos.” Para evitar que esta información pueda ser cuestionada, el autor se apoya en “Informes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) fechados en 2007”.
Según la lógica del autor del artículo, para que un imán no sea considerado terrorista, no ha de mencionar una palabra tan esencial para las personas musulmanas como es “yihad”, cuando lo extraño para los fieles sería precisamente su omisión. Luz Gómez define el término «yihad» de la siguiente manera: “La yihad es la obligación doctrinal que tiene el musulmán de esforzarse por instaurar en la tierra la palabra de Dios, esto es, el islam. Es, por una parte, el esfuerzo espiritual y material del musulmán por mejorarse (conocido como ‘yihad mayor’), y por otra, el esfuerzo por mejorar lo que le rodea (la ‘yihad menor’). Para conseguirlo, la yihad va desde la persuasión oral y ejemplarizante de cada musulmán al acoso armado: es lo que se conoce como ‘yihad ofensiva’, que ha sido tan discutida como practicada a lo largo de los quince siglos de historia del islam.
A partir de esta interpretación bélica de la yihad, en los años setenta del siglo XX empezó a cobrar fuerza una corriente ideológica que sostiene que esta yihad es una obligación individual que ha de acometer cada musulmán para contribuir a la liberación final de la umma. Es lo que se conoce como ‘yihadismo’ ”.
La estigmatización de la figura de los imanes es recurrente en todo el artículo: “Abdelbaky es Satty, el imán muerto en la explosión en el chalet de Alcanar, el tipo que soñó con inmolarse con un chaleco de explosivos, era un excelente simulador. Engañó a casi todos en su papel de hombre discreto que predicaba la paz.”
5. A lo largo de todo el texto no solo se usa y se abusa de terminología incorrecta, sino que se emplea el recurso del sensacionalismo (“Todo lo prohibido para el resto, todos los “vicios” occidentales están autorizados para ellos en favor del ocultamiento y la clandestinidad. El “pecado” en favor de la yihad. Así escaparon los doce jóvenes del radar de todos los servicios de información e inteligencia. Se volvieron “invisibles” porque, al contrario que en miembros de otras células, salieron del camino recto para mimetizarse en el paisaje donde soñaban con atacar”) y el tono despectivo (“se casó con un barbudo con el que ha tenido varios hijos”).
6. Finalmente el articulista pone el foco, echando mano de un recurso muy frecuente en este tipo de artículos, en una “víctima” mujer que cumple con los “requisitos” del retrato de “musulmana sometida y falta de voluntad” tan presente en el imaginario colectivo: “Fátima Mohand Abdelkader, una joven melillense vecina de la Cañada de Hidum, el barrio más deprimido de la ciudad, estuvo dentro del club del odio. En 2009 reveló a EL PAÍS sus vivencias con los takfiris que le obligaron a vestir un burka, ponerse guantes hasta los codos y no mirar a los ojos de un hombre que no fuera su padre. Tuvo que colgar en un armario sus camisetas y minifaldas. “Solo se ponían chilabas cuando rezaban en el monte a escondidas. Deberían usarlas, pero vestían al revés. Un día les pregunté: Nos pedís que nos pongamos el burka y vosotros vestís como queréis. Y me respondieron: Lo hacemos para que no nos sigan la pista, para que la policía no se fije en nosotros. Cuando Fátima se disponía a abandonar la secta sus miembros asesinaron a su novio y esta dejó el grupo y denunció su experiencia. Años después, la joven regresó al grupo y se casó con un barbudo con el que ha tenido varios hijos.”