Publicado por Alexis Rodríguez-Rata, en La Vanguardia, el 9 de abril de 2018.
Los datos desmienten a quien lo ve todo negro.
Quien haya leído a islMichel Houellebecq ya se imagina la Europa islamizada.
El sustituto de Emmanuel Macron, vestido con un turbante y orando a Alá.
Cambiando todos nuestra brújula, para pasar a mirar y pensar en La Meca.
Pero si nos fijamos en la realidad, nada de ello asoma por el horizonte. Como tampoco una Europa islamizada. Los datos oficiales dicen que, pese a ser la frontera natural del norte de África, tanto España como Italia apenas concentran población musulmana. En el caso español, incluso aunque comparta frontera física y no sólo marítima con el Magreb…
Es Francia quien lidera el ranking. Y no por casualidad. Porque los colores sobre el mapa nos dicen mucho más del pasado colonial europeo que del interés de los que profesan la religión mahometana por una parte u otra del continente. Tal y como la destacada posición de Alemania nos habla de las líneas de la historia –y, en este caso, más bien la económica.
No es ningún secreto decir que la mayor parte de los franceses musulmanes provienen del Magreb (y, en particular, de Marruecos y de Argelia, ésta última considerada durante sus años ‘franceses’, es decir, durante una gran parte del siglo XX, como un departamento y no colonia) y del África occidental. En ambos casos de países de un continente a menudo olvidado y, aún hoy, unas cuantas décadas después del au revoir oficial, lugar destacado en el mapamundi de la francofonía.
En cierta manera, los musulmanes que emigran de estos países a Francia vuelven a su antigua casa. Allí donde en un principio les sería más fácil desenvolverse en el día a día, integrarse y –en consecuencia– hallar mejores perspectivas de vida y laborales.
En paralelo surge Alemania, destino durante décadas de los trabajadores turcos y cuyos descendientes, hoy alemanes, se han convertido en un pilar común del país teutón en los más diversos sectores –desde el político, copresidiendo Cem Özdemir (hasta hace pocos meses) el Partido Verde, o en la selección alemana de fútbol, etc. Los ejemplos sobran.
Porque, como nos relata Jordi Catalan, catedrático de Historia Económica de la Universidad de Barcelona, “la inmigración turca hacia Alemania ha sido desde la posguerra muy importante. Y la explicación principal es el elevado crecimiento industrial de la República Federal, que demandó una cantidad ingente de mano de obra en tecnologías de la segunda revolución industrial. Y no sólo turcos, sino también italianos, españoles y portugueses: países con una oferta elástica de trabajo y dispuestos a emigrar en masa por un salario relativamente bajo”.
Votos a partidos de derecha radical en las elecciones estatales de los países de la Unión Europea
En ambos casos, sin embargo, no sin complejas consecuencias. Por ejemplo, apareciendo el turco como la segunda lengua materna más numerosa entre los alemanes, o (quizás por los miedos a una equivalencia generalizada también al otro lado del Rin) con el claro ascenso de los partidos de extrema derecha, de manera paradigmática personificado en el Frente Nacional de Marine Le Pen y su relativo éxito en las últimas elecciones presidenciales de Francia –en paralelo al auge de los partidos xenófobos en los parlamentos nacionales de toda Europa.
La respuesta ha sido miedo, desconfianza y votos a la extrema derecha.
Y eso pese a que, como nos recuerda Dolors Bramon, profesora especialista en el mundo musulmán del Instituto de Investigación en Culturas Medievales de Barcelona (IRCVM), “musulmanes ha habido siempre en Europa. En los Balcanes. Turcos en Alemania. Y en la Edad Media en Sicilia, la península ibérica y en las islas adyacentes (¡no se olviden de la de Perejil!). Actualmente hay un gran número de inmigrantes que, en teoría, al menos, son musulmanes. Pero sería más correcto hablar de que provienen de países islámicos porque no vienen como musulmanes sino como refugiados de guerra o por razones económicas”.
Sin embargo, Carmen González Enríquez, investigadora principal del Real Instituto Elcano y catedrática de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), nos aclara que “la demanda en los países europeos de la inmigración de tipo económico de esos países ocurrió en la Europa central, sobre todo en los 60 y en una economía muy industrial, muy diferente a la actual. Hoy la transformación económica se da de la mano de un empleo cualificado. Por eso la inmigración ahora es más por reagrupación familiar, también por la situación de crisis y paro y, sobre todo, por la firma de acuerdos entre las dos riveras del Mediterráneo –cuyo efecto en España es mayor respecto al que vive Italia y la población subsahariana que le llega vía Libia”.
El auge de la extrema derecha en los parlamentos europeos en 2017
Su presencia en Europa, en cambio, ha traído consecuencias. La primera, incluso en nuestra percepción del volumen de la comunidad musulmana, como detalla el estudio realizado breve tiempo atrás por la consultora Ipsos MORI. Todos los países, sin excepción, exageran las cifras reales. Todos los países, sin excepción, miran tuertos el mapa europeo.
Y así aumenta el temor. De presente. Pero también de futuro. Aunque los estudios digan lo contrario.
Porque si seguimos el informe elaborado por el Pew Research Center, vemos cómo, sea cual sea el escenario migratorio futuro –nulo, medio o intenso*–, la presencia de europeos de fe islámica seguirá siendo, en un caso u en otro, reducido o minoritario –sin poder descartarse, a su vez, que, como en el caso de muchos de los actuales europeos de otras fes, lo aconfesional y ateo siga agrandándose o los musulmanes se europeícen .
Después de todo, entre los musulmanes también hay variedad ya sea en la interpretación del islamismo, su intolerancia, estudios, situación económica, etc. “Uno de los problemas de los hijos de inmigrantes es que sus padres les hablan de un país de origen que hoy no es lo que era y tampoco son siempre considerados como de aquí. ¡Todavía se habla de ‘segunda’ o de ‘tercera’ generación!”, concluye Bramon.
Sea cual sea el caso, los diferentes estudios señalan que la “invasión musulmana”, que tanto han denunciado los partidos de la extrema derecha en Europa, es irreal. Y, si aumentara, su número dependería no tanto de los flujos migratorios habituales como –más bien– de la inseguridad y/o el bienestar socioeconómico y político en sus países de origen –sean estos inmigrantes musulmanes, o no. De las oportunidades que tengan para desarrollarse. O de la organización y reparto del trabajo global: por ejemplo, de si en Europa necesitaremos aún más mano de obra –en particular joven en un contexto de sociedades cada vez más envejecidas. Pero quedando siempre como minoría.