LUZ GÓMEZ
Publicado en Política Exterior, 21 de marzo de 2013
Víctima de un uso perverso de su confesión religiosa, la juventud musulmana es el objeto preferido de la polémica sobre la relación de Europa con el islam.
Europa es un continente viejo, y de viejos. La media de edad de sus habitantes es de 42 años y el 24% de su población tiene más de 60 años. Los musulmanes europeos son jóvenes: su media de edad ronda los 32 años. Muchos provienen, en segundas y sucesivas generaciones, de países árabes, estos sí jóvenes, fruto del colonialismo europeo en la región hasta bien entrado el siglo XX. Allí la población también es muy joven: el 70% tiene menos de 30 años. La islamofobia es a la vez vieja y joven: el conflicto no resuelto de Europa con el islam hay quien lo remonta a Carlomagno, al origen de Europa misma. No hace falta ir tan lejos. Lo que aquí nos interesa es su manifestación actual. La islamofobia como conflicto consiste, en buena medida, en su negación permanente, tácita o expresa, por el establishment político-mediático, principalmente.
La definición de “islamofobia” sigue siendo objeto de discusión, cuando no se europaniega en rotundo su existencia. En Francia, el debate intelectual se sirve de la maleabilidad del concepto como arma arrojadiza para ahondar en una nueva brecha ideológica, por encima de la clásica entre izquierda y derecha: buenistas/neolaicistas. A los “buenistas”, sus adversarios les acusan de recurrir al “invento” de la islamofobia para no reconocer que las comunidades musulmanas son responsables de su falta de integración social y su aquiescencia al islam político. A los “neolaicistas”, los “buenistas” les atribuyen la manipulación de los valores republicanos al negar la posibilidad de que siquiera exista el término mismo “islamofobia”, pues reconocerlo supondría reconocer la legitimidad de la demanda de un espacio para la religión en la esfera pública. En España, la palabra “islamofobia” no está recogida en el Diccionario de la Lengua Española que publica la Real Academia Española, lo cual, al menos a efectos léxicos oficiales, supone la consideración de que la islamofobia no existe. En Gran Bretaña, y a pesar de que la expresión echó a rodar a finales de la década de los noventa tras la publicación del informe Islamophobia: a Challenge for Us All del Runneymede Trust, la islamofobia, como tantas cosas que no gustan, se achaca preferentemente a los problemas de la Europa continental, a la que se señala por no haber gestionado el multiculturalismo según el modelo británico.
En este contexto, los jóvenes musulmanes europeos se convierten en objeto preferente de la polémica sobre la relación de Europa con el islam a costa de que se aparte del debate el carácter transversal de su indignación, compartida con el resto de su generación por encima de adscripciones religiosas, étnicas o de género. Basta con echar un vistazo a las demandas de indignados, mareas y occupy que desde las plazas árabes de 2011 y el 15-M de Madrid han llegado a la Place de la République de París esta primavera de 2016.
A modo de síntesis, podemos establecer tres cortes icónicos en torno a la islamofobia y la juventud musulmana europea: la islamofobia del hiyab, la islamofobia del yihadismo y la islamofobia de los refugiados. Cada una de ellas marca a su vez un tiempo en la conformación del imaginario del islam-amenaza. No obstante, y dado que avanzan sin solución de continuidad, el bucle islamófobo no deja de crecer…